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como ella haba soado que se deba vivir, al aire libre, con
mucha luz, muchas aventuras y sin la frula de un aya semi-
inglesa.
Tambin envidiaba a los pastores de Teócrito, Bion y Mosco;
soaba con la gruta fresca y sombra del cclope enamorado, y
gozaba mucho, con cierta melancola, trasladndose con sus
ilusiones a aquella Sicilia ardiente que ella se figuraba como un
nido de amores. Pero como de abandonarse a sus instintos, a sus
ensueos y quimeras se haba originado la nebulosa aventura de la
barca de Trbol, que la avergonzaba todava, miraba con
desconfianza, y hasta repugnancia moral, cuanto hablaba de
relaciones entre hombres y mujeres, si de ellas naca algn placer,
por ideal que fuese. Aquellas confusiones, mezcla de malicia y de
inocencia, en que la haban sumergido las calumnias del aya y los
groseros comentarios del vulgo, la hicieron fra, desabrida, huraa
para todo lo que fuese amor, segn se lo figuraba. Se la haba
separado sistemticamente del trato ntimo de los hombres, como
se aparta del fuego una materia inflamable. Doa Camila la
educaba como si fuera un polvorn. Se haba equivocado su
natural instinto de la niez; aquella amistad de Germn haba sido
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Leopoldo Alas, Clarn
un pecado, quin lo dira? Lo mejor era huir del hombre. No
quera ms humillaciones. Esta aberración de su espritu la
facilitaban las circunstancias. Don Carlos no tena ms amistad
que la de unos cuantos hongos, filosofastros y conspiradores;
estos caballeros deban de estar solos en el mundo; si tenan hijos
y mujer, no los presentaban ni hablaban de ellos nunca. Anita no
tena amigas. Adems don Carlos la trataba como si fuese ella el
arte, como si no tuviera sexo. Era aqulla una educación neutra. A
pesar de que Ozores peda a grito pelado la emancipación de la
mujer y aplauda cada vez que en Pars una dama le quemaba la
cara con vitriolo a su amante, en el fondo de su conciencia tena a
la hembra por un ser inferior, como un buen animal domstico.
No se paraba a pensar lo que poda necesitar Anita. A su madre la
haba querido mucho, le haba besado los pies desnudos durante la
luna de miel, que haba sido exagerada; pero poco a poco, sin
querer, haba visto l tambin en ella a la antigua modista, y la
trató al fin como un buen amo, suave y contento. Fuera por lo que
fuere, l crea cumplir con Anita llevndola al Museo de Pinturas,
a la Armera, algunas veces al Real y casi siempre a paseo con
algunos librepensadores, amigos suyos, que se paraban para
discutir a cada diez pasos. Eran de esos hombres que casi nunca
han hablado con mujeres. Esta especie de varones, aunque parece
rara, abunda ms de lo que pudiera creerse. El hombre que no
habla con mujeres se suele conocer en que habla mucho de la
mujer en general; pero los amigotes de Ozores ni esto hacan;
eran pinos solitarios del Norte que no suspiraban por ninguna
palmera del Medioda.
Aunque Ana llegaba a la edad en que la nia ya puede gustar
como mujer, no llamaba la atención; nadie se haba enamorado de
ella. Entre doa Camila y don Carlos haban ajado las rosas de sus
rostro; aquella turgencia y expansión de formas que al amante del
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La Regenta
aya le arrancaban chispas de los ojos, haban contenido su
crecimiento; Anita iba a transformarse en mujer cuando pareca
muy lejos an de esta crisis; estaba delgada, plida, dbil; sus
quince aos eran ingratos, a los diez tena las apariencias de los
trece, y a los quince representaba dos menos.
Como todava no se ha convenido en mantener a costa del
Erario a los filósofos, don Carlos, que no se ocupaba ms que en
arreglar el mundo y condenarlo tal como era, se vio pronto en
apurada situación económica.
-Ya estaba cansado; bastante haba combatido en la vida,
segn l, y no se le ocurrió buscar trabajo; no quera trabajar ms.
Prefirió retirarse a su quinta de Loreto, accediendo a las splicas
de Anita, que se lo peda con las manos en cruz. La pobre
muchacha se aburra mucho en Madrid. Mientras a su imaginación
le entregaban a Grecia, el Olimpo, el Museo de Pinturas, ella, Ana
Ozores, la de carne y hueso, tena que vivir en una calle estrecha
y oscura, en un msero entresuelo que se le caa sobre la cabeza.
Ciertas vecinas queran llevarla a paseo, a una tertulia y a los
teatros extraviados que ellas frecuentaban. La pobreza en Madrid
tiene que ser o resignada o cursi. Aquellas vecinas eran cursis.
Anita no poda sufrirlas; le daban asco ellas, su tertulia y sus
teatros. Pronto la llamaron el comino orgulloso, la mona sabia.
Los seis meses de aldea los pasaba mucho mejor, aun con ser
aquel lugar el de su antiguo cautiverio y el de la aventura de la
barca, y la calumnia subsiguiente. Pero de cuantos podran
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