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¡ay!, sólo algunos seres privilegiados logran dar su sangre
por los que aman y ofrecerse en holocausto Para
centuplicar los goces de sus preciosas existencias. Carlota,
deseo que me entierren con el traje que tengo puesto,
porque tú lo has bendecido al tocarlo. La misma petición
hago a tu padre. Prohibo que me registren los bolsillos.
Llevo en uno aquel lazo de cinta color de rosa que tenías
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
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en el pecho el primer da que te vi rodeada de tus niños...
¡Oh! Abrázalos mil veces y cuéntales el infortunio de su
desdichado amigo. ¡Cuánto los quiero! Aún los veo
agruparse en torno mío. ¡Ay, cuánto te he amado desde el
momento en que te vi! Desde ese momento comprendí
que llenarías toda mi vida... Haz que entierren el lazo con-
migo... Me lo diste el día de mi cumpleaños, y lo he
conservado como sagrada reliquia. ¡Ah!, nunca sospeché
que aquel principio tan agradable me condujese a este fin.
Ten calma, te lo ruego; no te desesperes... Están
cargadas... Oigo las doce... ¡Sea lo que ha de ser!
Carlota..., Carlota... ¡Adiós, adiós!
Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación; pero como
todo permaneció tranquilo, no se cuidó de averiguar lo
ocurrido. A las seis de mañana del siguiente día entró el
criado en la alcoba con una luz, y vio a su amo tendido en
el suelo, bañado en su sangre y con una pistola al lado. Le
llamó y no obtuvo respuesta. Quiso levantarle y observó
que todavía respiraba. Corrió a avisar al médico y a
Alberto. Cuando Carlota oyó llamar, un temblor convulsivo
se apoderó de todo su cuerpo. Despertó a su marido y se
levantaron. El criado, acongojado y sollozando, les dio la
fatal noticia. Carlota cayó desmayada a los pies de su
marido.
Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló
todavía en el suelo y en un estado deplorable. Latía el
pulso aún; pero todos sus miembros estaban paralizados.
Había entrado la bala por encima del ojo derecho,
haciendo saltar los sesos. Le sangraron de un brazo, y
corrió la sangre; todavía respiraba. Unas manchas de
sangre que se veían en el respaldo de su silla indicaban
que consumó el suicidio sentado delante de la mesa donde
escribía y que en las convulsiones de la agonía había
rodado al suelo. Se hallaba tendido boca arriba, cerca de
la ventana, vestido y calzado, con frac azul y chaleco
amarillo.
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Johann Wolfgang von Goethe: Werther
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La gente de la casa y de la vecindad, y poco después
todo el pueblo, se pusieron en movimiento. Llegó Alberto.
Habían acostado a Werther en su lecho con la cabeza
vendada. Su rostro tenía ya el sello de la muerte. No se
movía; pero sus pulmones funcionaban aún de un modo
espantoso: unas veces casi imperceptiblemente, otras con
ruidosa violencia. Se esperaba que de un momento a otro
exhalase el último suspiro.
No había bebido más que un vaso de vino de la botella
que tenia sobre la mesa. El libro Emilia Galotti (8) estaba
abierto sobre el pupitre. Eran indescriptibles la
consternación de Alberto y la desesperación de Carlota.
El anciano juez llegó turbado y conmovido. Abrazó al
moribundo, bañándole el rostro con su llanto. No tardaron
en reunírsele sus hijos mayores, y se arrodillaron junto al
lecho, besando las manos del herido y no pudieron
contener el más intenso dolor. El mayor, que había sido
siempre el predilecto de Werther, se colgó al cuello de su
amigo y permaneció abrazado a él hasta que expiró.
La presencia del juez y las medidas que tomó evitaron
todo desorden. Hizo enterrar el cadáver por la noche a las
once en el sitio que había indicado Werther. El anciano y
sus hijos fueron formando parte del fúnebre cortejo;
Alberto no tuvo valor para tanto.
Durante algún tiempo se temió por la vida de Carlota.
Werther fue conducido por jornaleros al lugar de su
sepultura, sin que le acompañara ningún sacerdote.
FIN
(8) Tragedia del célebre poeta Golthold Efraín Lessing, que nació en
1729 y murió en 1781.
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