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por allí afuera?
-Estás avergonzada por lo que pasó anoche -dijo Eduard mientras caminaban por el jardín.
-Lo estuve. Ahora estoy orgullosa. Quiero saber acerca de las visiones del Paraíso, porque
estuve muy cerca de una de ellas.
-Tengo que mirar más lejos, detrás de los edificios de Villete -dijo él.
-Hazlo.
,Eduard miró hacia atrás, no a las paredes de las enfermerías o al jardín donde los internos
caminaban en silencio, sino a una calle en otro continente, en una tierra donde llovía mucho o
no llovía nada.
Eduard podía sentir el olor de aquella tierra: era tiempo de sequía y el polvo entraba por su
nariz y le causaba placer, porque sentir tierra es sentirse vivo. Pedaleaba en una bicicleta
importada, tenía diecisiete años y acababa de salir del colegio americano de Brasilia, donde
también estudiaban los demás hijos de diplomáticos.
Detestaba Brasilia, pero amaba a los brasileños. Su padre había sido nombrado embajador de
Yugoslavia en Brasil dos años antes, en una época en que ni siquiera se presentía la sangrienta
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división del país. Milosevic estaba en el poder; hombres y mujeres vivían sus diferencias y
procuraban armonizar más allá de los conflictos regionales.
El primer destino de su padre había sido exactamente Brasil. Eduard soñaba con playas,
carnaval, partidos de fútbol, música..., pero fue a parar a aquella capital, lejos de la costa,
creada tan sólo para cobijar a políticos, burócratas, diplomáticos y a los hijos de todos ellos,
que no sabían bien qué hacer en ese ambiente.
Eduard detestaba vivir allí. Pasaba el día abstraído en sus estudios, intentando, sin
conseguirlo, relacionarse con sus colegas de estatus; procurando, sin lograrlo, interesarse
como ellos por automóviles, zapatillas de moda y ropas de marca, único tema de conversación
entre esos jóvenes.
De vez en cuando se celebraba una fiesta, durante la cual los muchachos se emborrachaban en
un lado del salón mientras las chicas fingían indiferencia desde el otro lado. La droga corría
siempre, y Eduard ya había experimentado prácticamente todas las variedades posibles sin
jamás conseguir interesarse por ninguna de ellas; luego se sentía agitado o somnoliento en
exceso y perdía interés por lo que sucedía a su alrededor.
Su familia vivía preocupada. Era necesario prepararlo para seguir la misma carrera que. el
padre, y aunque Eduard reuniese todas las condiciones necesarias -ganas de estudiar, buen
gusto artístico, facilidad para aprender idiomas, interés por la política-, le faltaba una cualidad
básica en la diplomacia. Le costaba comunicarse con los demás.
Por más que sus padres lo llevaran a fiestas, abriesen su casa a sus amigos del colegio
americano y le asignaran una generosa mesada, eran raras las veces que Eduard aparecía con
alguien. Un día su madre le preguntó por qué no traía a sus amigos para almorzar o cenar.
-Ya sé todas las marcas de zapatillas y ya conozco el nombre de todas las chicas con quienes
es fácil acostarse. No tenemos otro tema interesante que tratar.
Hasta que apareció la joven brasileña. El embajador y su mujer se tranquilizaron cuando el
hijo comenzó a salir, llegando tarde a casa. Nadie sabía exactamente de dónde había salido,
pero cierta noche Eduard la llevó a cenar a casa. La chica era educada, y ellos se alegraron:
¡por fin su hijo iba a desarrollar su talento en la relación con desconocidos! Además (ambos
lo pensaron sin comentarlo entre sí), la presencia de aquella joven disipaba una preocupante
aprensión que había anidado en sus mentes: ¡Eduard no era homosexual!
Trataron a María (tal era su nombre) con la amabilidad de futuros suegros, a pesar de saber
que dentro de dos años serían trasladados a otro destino y de que no tenían la menor intención
de acceder a que su hijo se casara con alguien oriundo de un país tan exótico. Tenían planes
para que él encontrase una chica de buena familia en Francia o Alemania, que pudiese
acompañar con dignidad la brillante carrera diplomática que el embajador estaba preparando
para él.
Eduard, no obstante, se mostraba cada vez más enamorado. Preocupada, la madre fue a hablar
con su marido.
-El arte de la diplomacia consiste en hacer esperar al oponente -dijo el embajador-. Un primer
amor puede no pasar nunca, pero siempre acaba.
Pero Eduard daba muestras de haber cambiado por completo. Empezó a aparecer en la casa
con libros extraños, montó una pirámide en su cuarto y, junto con María, encendían incienso
todas las noches y permanecían durante horas concentrados en un extraño dibujo clavado en
la pared. El rendimiento de Eduard en el colegio americano empezó a descender.
La madre no entendía portugués, pero podía ver las cubiertas de los libros, en las que
aparecían dibujos de cruces, hogueras, brujas ahorcadas, símbolos exóticos.
-Nuestro hijo está leyendo cosas peligrosas -aseveró.
-Peligroso es lo que está pasando en los Balcanes -respondió el embajador-. Hay rumores de
que la región de Eslovenia quiere la independencia, y esto nos puede llevar a una guerra.
La madre, no obstante, no daba la menor importancia a la política; quería saber qué estaba
pasando con su hijo.
-¿Y esa manía de encender incienso?
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-Es para disimular el olor de marihuana -afirmaba el embajador-. Nuestro hijo ha tenido una
excelente educación, así que no puede creer que esos palitos perfumados puedan atraer a los
espíritus.
-¡Mi hijo está mezclado en drogas!
-Suele pasar. Yo también fumé marihuana cuando era joven y uno pronto se cansa, como me
cansé yo.
La mujer se sintió orgullosa y tranquila: su marido era un hombre con experiencia, había
entrado en el mundo de la droga y conseguido salir Un hombre con esta fuerza de voluntad
era capaz de controlar cualquier situación.
Un buen día, Eduard pidió una bicicleta.
-Tienes chófer y un Mercedes Benz. ¿Para qué quieres una bicicleta?
-Para el contacto con la naturaleza. María y yo vamos a hacer un viaje de diez días -les
comunicó-. Hay un lugar aquí cerca con inmensos depósitos de cristal y María asegura que
transmiten muy buena energía.
La madre y el padre habían sido educados bajo el régimen comunista: los cristales eran apenas
un producto mineral, que obedecía a una determinada organización de átomos y no emanaban
ningún tipo de energía, fuese ésta positiva o negativa. Investigaron y descubrieron que
aquellas ideas de «vibraciones de cristales» empezaban a estar de moda.
Si su hijo hablara sobre el tema en una fiesta oficial, podría parecer ridículo a los ojos de los
demás asistentes. Por primera vez el embajador reconoció que la situación estaba empezando
a ser grave. Brasilia era una ciudad que vivía de rumores y pronto se sabría que Eduard estaba
mezclado en supersticiones primitivas; los rivales en la embajada podían pensar que había
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