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inglés en la batalla de Trimethus, breve pero violenta, Isaac siguió en
retirada, buscando refugio de una montaña a otra. Estaba completa-
mente desmoralizado, sobre todo cuando el rey Guy de Lusignan
tomó el mando del ejercito de Corazón de León y atacó el castillo de
Kyrenia, mientras el rey Ricardo quedaba temporariamente postrado
por la fiebre.
El cruzado encontró poca resistencia de parte de la guarnición,
que desertó en masa, y capturó a la así llamada emperatriz y su hijo.
El rey Guy luego fue a sitiar St. 1-lilarion y Buffavento.
Simon y Belami combatieron junto al monarca inglés en
Trimethus, y tuvieron grandes dificultades para mantenerse a la altu-
ra de Corazón de León, cuyo frenesí le llevaba a luchar dondequiera
que el combate era más violento.
Descargando duros golpes con su hacha danesa de doble hoja, el
rey Ricardo abrió un sendero cubierto de sangre a través de la masa de
recios guerreros de Isaac Comnenus. Parecía olvidarse de tomar las pre-
cauciones necesarias de protección personal, confiando sólo en la veloci-
dad y la fuerza de su hacha mortífera mientras se abria paso entre las
filas enemigas. Con la habilidad de un maestro jardinero, Corazón de
León cercenaba los miembros de los integrantes de la guardia personal
del emperador, como si podase cimelos. Junto a él, los templarios busca-
ban alcanzar la bandera de batalla de los enemigos. Fue la propia mano
del rey Ricardo la que la cogió, cuando una de las flechas de una yarda
de Simon abatía al portaestandarte del emperador.
En un instante, la batalla terminó, cuando el resto del ejército de
Isaac Comnenus vio flamear su estandarte en la mano izquierda del
monarca inglés. Dieron media vuelta y emprendieron la huida, cada
jinete vociferante atropellando a su propia infantería, en la frenética
ansia por escapar.
En cuanto al tirano, se dirigía al norte tan velozmente como sU
sudoroso caballo de batalla podía galopar. El resto de la batalla fue
igualmente afrentoso para el emperador. A ninguno de los isleños le
importaba si vivía o moría, y al cabo de sólo unos pocos días, a fines
de mayo, Isaac Comnenus se rendía incondicionalmente.
Por un capricho del monarca inglés, el tirano fue cargado de cade-
nas de plata y obligado a formular un juramento de lealtad a Corazón
de León, mientras al mismo tiempo, «cogía la Cruz».
Así, de un solo golpe, el rey Ricardo capturó Chipre y obtuvo
valiosos refuerzos para su tercera Cruzada. Más que eso: también
financió la costosa empresa sobre la base del impresionante botín
que Isaac Comnenus había amasado mientras ejercía su prolonga-
da tiranía sobre la isla.
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Las guarniciones latinas y francas fueron puestas a cargo de cada
castillo y plaza fuerte de Chipre. La isla se convirtió en la base medi-
terránea para la tercera Cruzada. Dos caballeros ingleses, Richard de
Canville y Robert de Turnham, fueron puestos al mando, para actuar
como magistrados temporarios mientras el rey Ricardo resolvía qué
hacer con la isla y su asustadiza población griega.
Eso dejó a Corazón de León en libertad de dedicar toda su aten-
ción a la invasión de Tierra Santa. La Cruzada se iniciaba con un buen
comienzo. En Famagusta, la flota inglesa, reunida de nuevo, cobija-
ba a los soldados ingleses y francos que, como resultado de su victo-
riosa campaña en Chipre, eran enviados con el propósito de recupe-
rar las tierras de ultramar. Además, el rey Ricardo disponía ahora de
los fondos suficientes para pagar la dispendiosa operación
La toma de Chipre se había realizado en tan sólo dos semanas
de intensa campaña. La lucha había sido minima, con mu y pocas bajas
entre los cruzados, porque la dividida flota inglesa fue capaz de ata-
car los flancos expuestos de los inexpertos rufianes de Isaac Comnenus.
Los isleños griegos, que estuvieron encantados de ver el trasero
de su tiránico emperador, ahora comenzaban a sentir el peso de la
mano del rey inglés. Muchos de los derechos básicos que habían logra-
do preservar bajo el régimen tiránico fueron usurpados por los coman-
dantes designados por el rey Ricardo.
Ello significaba más y más elevados impuestos de los que se habí-
an visto forzados a pagar bajo la tiranía de Comnenus. Sin duda, las
cosas se presentaban con mal cariz para los griegos, a quiénes les pare-
cía que habían cambiado un tirano por otro.
Los que tenían edad para enrolarse en el ejército vieron que su
mejor alternativa residía en «coger la Cruz» y unirse a la tercera
Cruzada. Su razonamiento era que si el monarca inglés había sido
capaz de aplastar a Isaac Comnenus en unos pocos días, bien podria
recuperar Tierra Santa, con todas sus riquezas, en seis meses. Si se
unían a él, parecía lógico suponer que obtendrían parte del botin.
Simon apenas tuvo tiempo u ocasión de despedirse precipitada-
mente de Berenice de Montjoie, antes de partir hacia ultramar. Fue
una lacrimógena despedida, pues la hermana de Pierre había queda-
do tan prendada del apuesto normando como él estaba fascinado por
la inocente belleza de la doncella. Había sido literalmente un caso de
amor a primera vista por parte del joven, sí bien para Berenice, Simon
de Cre~y hacía tiempo que era para ella la imagen de un paladín sin
par, debido a los numerosos relatos que su hermano le había hecho
de las hazañas de los tres templarios en Tierra Santa.
Berenice amaba a Pierre, y él amaba a Simon, por lo que para su
hermana había sido un proceso natural el ir descubriendo en el mejor
amigo de su hermano todas las virtudes que Pierre admiraba en su
incomparable camarada de armas. Afortunadamente, Simon era real-
mente tan excelente persona como parecía ser, y lo mismo sucedía
con Berenice de Montjoie. Pierre se congratulaba complacido por
haber tenido éxito en su actividad como casamentero, y Belami exha-
ló un suspiro de alivio por el hecho de que su joven servidor hubiese
encontrado a su futura esposa. El único obstáculo que restaba para
su unión era el rango actual de servidor templario que Simon osten-
taba. Una condesa no podía desposarse con un plebeyo.
-Estoy más seguro que nunca de que Corazón de León es
nuestra mejor apuesta a favor de Simon -dijo Belami-. Gracias
a Robert de Sablé, ahora somos guardias personales del rey, y te
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aseguro, Pierre, que este rey inglés es quien le dará el espaldarazo
a Simon. Si vivimos lo suficiente como para que esto suceda -agre-
gó, con una maliciosa mueca.
»Corazón de León es el guerrero más alegre que he visto en
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