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delante; yo me salí luego sin tardanza ninguna a recibir el agua, con harta
sed que yo tenía, y abajado lancé toda la cabeza y comencé a beber de
aquella agua, que asaz era para mí verdaderamente saludable. Entonces yo
sufrí cuanto ellos hacían, dándome golpes con las manos, y tirarme de las
orejas, y trabarme del cabestro, y cualquier otra cosa que ellos querían
hacer por experimentar mi salud; yo había placer de ello hasta tanto que
contra su desvariada presunción yo probase claramente mi modestia y
mansedumbre para que a todos fuese manifiesta.
Capítulo II
En el cual cuenta Lucio una historia que oyó haber acontecido en un lugar
donde llegaron un día; cómo una mujer engañó graciosamente a su marido
por gozar de un enamorado que tenía.
En esta manera, habiendo escapado de dos peligros, otro día siguiente,
cargado otra vez de los divinos despojos, con sus panderos y campanillas,
echacorveando por esas aldeas empezamos a caminar; y habiendo ya
pasado por algunos castillos y caserías, llegamos a un lugarejo donde había
sido una ciudad muy rica, según que los vecinos de allí contaban y aun
parecía en los edificios caídos que había; aposentados allí aquella noche,
oíles contar una graciosa historia que había acaecido de una mujer casada
con un hombre pobre trabajador, la cual quiero que también sepáis
vosotros. Éste era un hombre que se alquilaba para ir a trabajar, y con
aquello poco que ganaba se mantenían miserablemente; tenía una
mujercilla, aunque también pobre, pero galana y requebrada. Un día, de
mañana, como su marido se fuese a la plaza donde lo alquilaban para
trabajar, vino el enamorado de su mujer y lanzose en casa; como ellos
estuviesen a su placer, encerrados en el palacio, el marido, que ninguna
cosa de aquello sabía ni sospechaba, tornó de improviso a casa, y, como vio
la puerta cerrada, alabando la bondad y continencia de su mujer, llamó a la
puerta, silbando, porque la mujer conociese que venía; entonces la mujer,
que era maliciosa y astuta para tales sobresaltos, abrazando y halagando a
su enamorado, hízolo meter en un tonel viejo que estaba a un rincón de
casa, medio roto y vacío, y abierta la puerta a su marido, comenzó a reñir
con él, diciendo:
-¿Cómo así venís vacío y mucho despacio? ¿Metidas las manos en el
seno habéis de venir? ¿No miráis nuestra grande necesidad y trabajo de
nuestra vida? ¿Por qué no traéis alguna cosilla para comer? Yo, mezquina,
que todo el día y toda la noche me estoy quebrando los dedos hilando y
encerrada en mi casa, al menos que tenga para encender un candil;
bienaventurada y dichosa mi vecina Dafne, que en amaneciendo come y
bebe cuanto quiere y todo el día se está a placer con sus enamorados.
El marido, con esto convencido, dijo:
-Pues ¿qué es ahora esto? Aunque nuestro amo está hoy ocupado en un
pleito y no pudo llevarnos a trabajar, yo he proveído a lo que habemos de
comer: sabes, señora, aquel tonel que allí está vacío tanto tiempo ha
ocupándonos la casa, que otra cosa no aprovecha, lo he vendido por cinco
dineros a uno que aquí viene para que me dé el dinero y llévelo él por suyo.
¿Por qué no te levantas presto y me ayudas a que demos este tonel
quebrado y viejo a quien lo compró?
Cuando esto oyó la mujer, de lo mismo que su marido decía sacó un
engaño, y fingió una gran risa, diciendo:
-¡Oh qué gran hombre y buen negociador que he hallado, que la cosa
que yo, siendo mujer necesitada en mi casa, tengo vendida por siete
dineros, vendió en la calle por menos!
El marido contestó alegre y dijo:
-¿Quién es éste que tanto dio?
Respondió la mujer:
-Vos muy poco sabéis; ahora entró uno dentro en él para ver qué tal
estaba, si era muy viejo.
No faltó a su astucia la malicia del adúltero, que luego salió del tonel
alegre, diciendo:
-Buena mujer, ¿quieres saber la verdad? Este tonel, muy viejo y
podrido, es abierto por muchas partes.
Y disimuladamente volviose al marido, como que no lo conocía, y
díjole:
-Tú, hombrecillo, quienquiera que eres, ¿por qué no me traes presto un
candil para que, rayendo estas heces que tiene, pueda conocer si vale algo
para aprovecharme de él? ¿O piensas que tenemos los dineros ganados a
los naipes?
El buen hombre, no pensando ni sospechando mal, no tardó en traer el
candil. Dijo al comblezo:
-Apártate un poco, hermano; huelga tú, que yo entraré a ataviar y raer lo
que tú quieres.
Diciendo esto, quitose el capote y tomó la mujer el candil; él entró en el
tonel y comenzole a raer aquellas costras. El adúltero, como vio la mujer
estar bajada, alumbrando a su marido, burlábala; y ella, con astucia, metida
la cabeza en el tonel, burlaba del marido, diciendo:
-Rae aquí y allí y quita esto y esto otro, mostrándole con el dedo, hasta
que la obra de entrambos fue acabada.
Entonces salió del tonel, y tomando sus siete dineros, el mezquino del
marido cargó el tonel a cuestas y llevolo hasta casa del adúltero. Aquí
estuvimos algunos días, donde por la liberalidad de los de aquella ciudad
fuimos muy bien tratados y mis amos bien cargados de muchos dones y
mercedes que les daban por sus adivinanzas.
Capítulo III
En el cual Lucio cuenta una astuta manera de que usaban los echacuervos
para sacar dineros, y cómo fueron presos vilmente por haber hurtado de su
templo un cántaro de oro, y cómo fue el asno vendido a un tahonero, y del
trabajo que allí le sucedió.
Además de esto, los limpios y buenos de los echacuervos inventaron
otro nuevo linaje de apañar dineros; el cual fue que traían una suerte sola, y
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