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cachiporra o como arma de larga distancia cuyo poder era paralizante
-Oiga, muchacho -dijo-, ¿por qué no se sienta usted aquí tranquilamente y espera a que esta dama regrese? Me
parece lo más cortés, además.
El patrullero no era joven ni delgado. Parecía estar cerca de la edad del retiro y terminaba probablemente su
tiempo de servicio vegetando como guarda de la biblioteca, pero iba armado, y la jovialidad que se pintaba en su
arrugado rostro tenía un escaso sello de sinceridad.
La frente de Terens estaba húmeda y sentía el sudor correr por su espina dorsal. Había por lo visto subestimado
la situación. Estaba seguro de su propio análisis del asunto, de todo. y no obstante, así estaba la cosa. No
hubiera debido ser tan imprudente. Era su maldito deseo de invadir Ciudad Alta, de recorrer los pasillos de la
biblioteca como si fuese un sarkita.
14
Durante un desesperado momento estuvo tentado de atacar el patrullero, pero después, inesperadamente, no
tuvo necesidad.
Al principio fue como un destello. El patrullero empezó a volverse un poco demasiado tarde. Las lentas
reacciones de la edad le traicionaron. El látigo de nervio de buey le fue arrancado de las manos y antes de que
pudiese hacer más que iniciar un ronco grito, fue alcanzado en la sien. Cayó al suelo.
Rik gritaba con deleite y Terens exclamó:
-¡Valona! ¡Por todos los demonios de Sark, Valona!
4
El rebelde
Terens reaccionó casi en el acto.
-¡Fuera! ¡Pronto! -dijo, echando a andar.
Por un momento sintió el impulso de arrastrar el cuerpo del inconsciente patrullero a la sombra de los pilares
que bordeaban el vestíbulo principal, pero era obvio que no tenía tiempo.
Salieron a la rampa cuando el sol de la tarde caldeaba y daba brillantez al mundo que les rodeaba. Los colores
de Ciudad Alta tenían un matiz anaranjado.
-¡Venga! -dijo Valona con ansia.
Pero Terens la cogió por el brazo. Sonreía, pero su voz era dura y baja.
-No corras. Anda con naturalidad y sígueme. Sujeta a Rik. No le dejes correr .
Dieron algunos pasos con la sensación de estar caminando sobre algo pegajoso. ¿Había ruido detrás de ellos
en la biblioteca? ¿O era su imaginación? Terens no se atrevía a volverse.
-Entremos aquí -dijo.
El letrero indicador de la acera relucía bajo la luz de la tarde. No podía competir con el sol de Florina. Decía:
«Entrada a la Ambulancia».
Entraron por una puerta lateral y siguieron entre unas paredes increíblemente blancas. Sobre el material
aséptico de las paredes se veían algunas bombillas de una materia desconocida. Una mujer de uniforme los
contemplaba desde lejos y no vaciló, frunció el ceño al verles acercarse. Terens no la esperó. Dio media vuelta,
siguió otro corredor y después otro. Pasaron junto a otras mujeres de uniforme y Terens podía darse cuenta de
la perplejidad que suscitaba. Era un hecho sin precedentes ver indígenas rondando sin compañía por los pisos
altos del hospital. ¿Qué había que hacer?
.Eventualmente, desde luego, serían detenidos. Así, pues, el corazón de Terens latió con más fuerza cuando vio
una puerta que decía: «A la Sección Indígena». El ascensor estaba a su nivel. Metió en él a Rik ya Valona y el
zumbido del artefacto al arrancar fue la sensación más deliciosa del día.
En la Ciudad había tres clases de edificios. La mayoría eran edificios bajos, construidos enteramente en el nivel
bajo. Alojamientos de obreros y trabajadores, generalmente de tres pisos. Fábricas, panaderías, oficinas. Otros
eran edificios altos; domicilios de los sarkitas, teatros, la biblioteca, arenas para deportes. Pero unos pocos eran
dobles, con pisos y entradas abajo y arriba; las estaciones de patrulleros, por ejemplo, y los hospitales.
Era, pues, posible trasladarse de Ciudad Baja a Ciudad Alta utilizando uno de los hospitales a fin de evitar los
grandes ascensores de carga con sus lentas ascensiones y sus poco amables operadores. Para un indígena,
hacerlo era completamente ilegal, desde luego, pero el delito era un acicate más para el culpable del delito de
haber agredido a un patrullero.
Salieron por el nivel inferior. El esmalte aséptico de las paredes seguía allí, pero tenía un aspecto menos
ligeramente opaco, como si lo hubiesen Limpiado con menor frecuencia. Los bancos que se alineaban a lo largo
de las paredes de Ciudad Alta habían desaparecido. La mayoría de ellos estaban en una sala de espera llena de
hombres y mujeres cansados y. temerosos. Un solo ayudante trataba de poner orden en aquel zafarrancho,
consiguiendo pobres resultados.
La enfermera estaba hablando con un pobre viejo que doblaba y desdoblaba la rodillera de su raído pantalón y
contestaba sus preguntas con tono plañidero.
-¿De qué se queja usted, exactamente?.. ¿Desde cuándo estos dolores?. ¿Ha estado usted ya en algún
hospital? Bien, escuche; no pretenderán ustedes venir a molestarnos por cualquier tontería. Siéntese y el doctor
le verá y le dará alguna medicina.
Con voz aguda gritó:
-¡El siguiente!y murmuró algo en voz baja.
Terens, Valona y Rik salían cautelosamente de entre la muchedumbre. Valona, como si la presencia de sus
compatriotas florianos hubiese liberado su lengua de la parálisis, susurraba tensamente.
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